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Ludwig Mies Van der Rohe, el visionario que moldeó el paisaje arquitectónico de los Estados Unidos, estaba inmerso en una obsesión por edificar. Esta pasión lo llevó a tomar decisiones difíciles, como dejar a su esposa y respaldar al régimen nazi.

Un retrato del arquitecto en su estudio de Chicago.

Un retrato del arquitecto en su estudio de Chicago.

Son varios los arquitectos que tejieron una historia ficticia en torno a sus vidas, pero Mies van der Rohe construyó la suya. «No se hizo a sí mismo, se creó», relató su hija Georgia. Y este proceso no fue simplemente para progresar socialmente, sino para armonizar la relación entre la persona y su obra. En eso radica la esencia de su arquitectura: en simplificar hasta que todo encaje. El máximo exponente de la austeridad moderna no cursó estudios formales de arquitectura, ni siquiera completó el bachillerato. Nacido como Maria Ludwig Michael Mies en Aquisgrán en 1886 y fallecido en Chicago en 1969, comenzó su carrera a los 15 años trabajando para un fabricante de cornisas, y el encuentro fortuito con la modernidad a través de una revista llamada «die Zukunft» (El Futuro) marcó su destino, según detalla su último biógrafo, el arquitecto Detlef Mertins.

Mertins, quien fuera profesor en la Universidad de Pennsylvania hasta su fallecimiento en 2011, no llegó a ver publicado su trabajo definitivo sobre Mies, «Mies» (Phaidon, 2014), una monumental obra a la que dedicó diez años de investigación y que vio la luz póstumamente. En su análisis, Mertins intenta despojar al hombre del mito, pero no puede pasar por alto las complejidades de un innovador académico y moderno al mismo tiempo, cuya influencia se puede reconocer claramente pero difícilmente imitar. Mies dejó un legado de obras maestras tanto como su huella en la proliferación de rascacielos de cristal y acero, un fenómeno que él mismo contribuyó a impulsar.

SUS INICIOS

Un joven Mies, ataviado con su característica indumentaria blanca, posa junto a Walter Gropius en el umbral del apartamento de Peter Behrens, el distinguido líder de la compañía AEG. De Behrens heredó su inclinación por la austeridad. De Berlín, su amor por la ciudad, la pasión por la moda a medida y el éxito. Mertins concluye que el único impulso que movía a Mies era el deseo de construir. Para lograrlo, apoyó a los nazis, abandonó a su esposa y, a pesar de su artritis, trabajó incansablemente incluso durante dos guerras mundiales. Pero su sufrimiento parecía ir en consonancia con su lento progreso.

A pesar de su falta de formación académica formal, Mies fue un ávido lector durante toda su vida. Su primer cliente, el filósofo Alois Riehl, le inculcó esta práctica. Fue a los veinte años cuando Riehl le encargó su residencia en Potsdam, en las afueras de Berlín, y le transmitió una idea fundamental: la transformación de la sociedad a través del cambio individual.

La famosa frase «Menos es más» encapsula la principal contribución de Van der Rohe, pero ¿qué significaba para él? Más allá de ser una mera guía estilística, era un mantra que resumía su búsqueda de la perfección, la precisión sin errores junto con la audaz claridad estructural, monumentalidad y atención al detalle. En 1912, Mies comenzó a cautivar con su enfoque en la pureza a la enciclopedista y acaudalada Ada Bruhn, con quien tuvo tres hijas. Durante la Primera Guerra Mundial, los ingresos de Ada sustentaron a la familia mientras él servía en la infantería en Rumania. Quizás fue en el campo de batalla donde gestó su cambio de enfoque.

Al regresar, abogó por una arquitectura «de piel y huesos», representada por tres rascacielos de cristal con estructuras de acero en Friedrichstrasse de Berlín. También desechó todos sus bocetos de diseños neoclásicos y se separó de su esposa. Así surgió Mies van der Rohe, el apellido holandés de su madre ayudó a embellecer a un hombre que despreciaba el ornamento y se reinventó a sí mismo al reinventar la arquitectura.

Su primer desafío como arquitecto consolidado fue integrar la naturaleza en sus edificaciones, lo cual logró mediante el uso del cristal. En proyectos como la Casa Tugendhat en Brno o las Torres de Chicago, se experimenta una conexión más profunda con el entorno exterior. «A veces sublime, a veces temible», como lo describió Janet Abrahms, inquilina de un piso en el piso 22-a frente al lago Michigan. Aunque buscaba valores espirituales con sus edificios, la arquitectura de Mies sufrió, según el influyente crítico Manfredo Tafuri, «la incurable enfermedad de la modernidad». Sin embargo, sus espacios proporcionaban un sentido de renovación y un nuevo comienzo. Mies entendía profundamente este concepto.

EL PABELLON DE BARCELONA

El Pabellón de Barcelona para la Exposición Universal de 1929 representaba la modernidad alemana. Mies se puso su sombrero para recibir al rey Alfonso XIII allí. El edificio, cuya reconstrucción puede visitarse en Montjuïc, parecía un Mondrian en tres dimensiones. Quizás por eso el monarca preguntó si estaba terminado. Fue en esta ocasión que pronunció su observación icónica: «La belleza es la manifestación de la verdad». Esta noción, tomada de San Agustín, se convertiría en otro de sus mantras.

A finales de la década de 1930, Mies se encontraba colaborando con Lilly Reich, una talentosa diseñadora con quien firmaría el mobiliario de la Casa Tugendhat, una residencia a la que dedicó una atención particular y que fue muy celebrada por sus propietarios, Fritz y Grete Tugendhat. Los acaudalados padres de Grete les obsequiaron un terreno en una colina cerca de su residencia en Brno, Checoslovaquia. Mies diseñó innovadoras características para la casa, como lavadoras, un inolvidable jardín de invierno y un sistema para levantar una vidriera de más de cinco metros. Aunque la habitación era sobria, el costoso parapeto de ónix que separaba el salón del alféizar equivalía al precio de varios pisos sociales de la época. Un crítico de la época se preguntó si la Casa Tugendhat estaba disponible para visitar. «La sobriedad evita perder tiempo», respondió Grete.

Resulta complicado encasillar a Mies. Incluso el arquitecto Robert Venturi, quien popularizó la paráfrasis del lema de Mies «menos es más» con «menos es aburrido», admitió que lamentaba esa broma, pues no hacía justicia a lo que Van der Rohe había aportado. «No construiremos catedrales», declaraba Mies en 1924. Hablaba de rehacer el mundo, de nuevas libertades y de la arquitectura como instrumento para el desarrollo personal. Sin embargo, lo hacía desde la comodidad de las casas burguesas. Mies nunca expresó sus opiniones políticas por escrito. Si bien en Europa fue testigo del ascenso de Hitler, cuando se trasladó a Estados Unidos fue testigo de la carrera armamentística y la Guerra de Vietnam, pero prefirió guardar silencio. Fue un arquitecto radical que no abrió la boca; se expresaba únicamente a través de su obra.

Según Mertins, no hay evidencia de que Mies fuera antisemita o racista. «No apoyó ni la guerra ni la violencia». Sin embargo, la libertad que defendía era más artística que social. Aunque fue atacado por los conservadores como arquitecto moderno, también recibió críticas de la izquierda por insistir en la autonomía de la arquitectura. A pesar de no afiliarse al partido nazi, Mies se alineó con el grupo de simpatizantes del nacionalsocialismo. Durante su dirección en la Bauhaus, introdujo estabilidad y neutralidad, eliminando a 30 estudiantes de tendencias izquierdistas y prohibiendo las actividades políticas. Fue durante este período que Philip Johnson, quien acababa de inaugurar el Museo de Arte Moderno de Nueva York y admiraba a Mies como la personificación de la modernidad, le encargó la decoración interior de su apartamento en Nueva York. Johnson escribió en The New York Times que Mies incomodaba a los comunistas con su búsqueda de valores elevados y lo incluyó en la exposición de Arquitectura Moderna.

Con la ascensión al poder de los nazis, comenzó la persecución de judíos y comunistas, y la propagación de la retórica antimoderna con tintes racistas. En 1933, la Bauhaus cerró sus puertas, y aunque Mies nunca se afilió al partido nazi, firmó una petición de respaldo a Hitler. Sin embargo, su actitud ambivalente hacia el régimen nazi le granjeó críticas y, aunque finalmente emigró a Estados Unidos para dirigir el Instituto de Tecnología de Illinois en Chicago, fue juzgado por no haberlo hecho antes.

campus ITT mies

Edificio en el campus ITT

El diseño del campus para el nuevo Instituto de Tecnología de Illinois (IIT) fue uno de los proyectos más destacados de Mies, una obra de arte minimalista en el paisaje. ¿La razón? Se buscaba que mantuviera su relevancia formal durante décadas, apostando por una modernidad que no solo perdurara, sino que se integrara de manera sostenible. Este urbanismo transformaría el sur de Chicago. Los arquitectos británicos Alison y Peter Smithson reflexionaron sobre ello, afirmando que «un edificio solo es interesante si enriquece el espacio que lo rodea con nuevas posibilidades». Sin embargo, la construcción del campus del IIT implicó la demolición de The Mecca, un edificio de apartamentos emblemático y un centro de convivencia en un barrio de inmigrantes. Esta decisión de Mies de no conferir identidad a sus edificios para maximizar su flexibilidad, argumentando que «no podemos derribar un edificio cada vez que necesitamos cambiar su uso», contrasta con la idea de un lienzo en blanco que su propia obra demandaba.

Cuando Mies concluyó el campus, ya había conocido a Edith Farnsworth, una nefróloga de 42 años que quedó cautivada por él -entonces de 59- y le expresó su deseo de construir un retiro en el bosque. Mies concibió un pabellón de vidrio. Arquitecto y cliente se volvieron inseparables. Sin embargo, cuando la doctora descubrió que su casa de acero y vidrio -considerada por muchos arquitectos como el paradigma de la vivienda ideal- se inundaba con las crecidas del río Fox y atraía miradas curiosas, acabó denunciando a Mies. «La dama esperaba que el arquitecto viniera con la casa», se defendió él, y ganó el juicio. Farnsworth optó por venderla en 1961.

Los primeros rascacielos que Mies construyó, los Lake Shore Drive de Chicago, surgieron tras una discusión filosófica. Herbert Greenwald, un joven que había estudiado filosofía antes de convertirse en promotor, fue el mejor cliente de Mies. Las torres de Chicago lanzaron su carrera hacia las alturas.

Phyllis Bronfman Lambert, con 27 años, vio en el Herald Tribune el edificio que su padre, dueño de la destilería Bronfman, iba a levantar en Park Avenue, y le pidió que encargara un rascacielos «mejor que el diseño de Pereira & Luckman». Su padre le encomendó buscar al arquitecto y ella encontró a Mies. En Nueva York, no le permitieron a Mies afiliarse al Instituto Americano de Arquitectos porque no presentó su título de graduado, así que se asoció con Philip Johnson, quien además de historiador de la arquitectura había estudiado arquitectura. Lambert recibió la propuesta con lágrimas en los ojos.

En Park Avenue, «todo lo que hizo Mies fue dejar el espacio vacío», describió Lambert la plaza frente a la torre Seagram. A diferencia de los apartamentos de Chicago, la primera torre de oficinas de Mies costó el doble de lo habitual. No era innovadora, pero su elegancia aumentó la reputación de la compañía, las ventas y el precio del whisky. Es frente al Seagram donde Audrey Hepburn – interpretando a Holly Golightly en «Desayuno en Tiffany’s»- menciona su deseo de regresar allí. Mies había alcanzado el éxito por el que había sacrificado tanto.

EL RETORNO

Cuando Mies regresó finalmente a Berlín, ya estaba entrando en su última década de vida. Lo hizo como uno de los arquitectos más importantes del siglo XX, encargado de construir la Galería Nacional de la ciudad. Muchos consideran esta galería como la catedral que Mies nunca llegaría a construir. Entre 1962 y 1968, construyó la Neue Nationalgalerie en Berlín, que sería su último legado a la arquitectura. El edificio, destinado inicialmente como sala de exposiciones, fue construido con acero, vidrio y granito.

Mies falleció en Chicago el 17 de agosto de 1969, dejando un extenso legado e influencia para las generaciones futuras. Dos de sus frases más célebres son «Menos es más» y «Dios está en los detalles».

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